“Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua.
Vendrán y verán mi gloria.
Pondré en medio de ellos un signo,
y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes
hasta los países más lejanos y las islas más remotas…” // Isaías 66: 18-19
Estábamos sentadas en un círculo en la sala parroquial, un grupo de mujeres de diferentes países y culturas, rezando el Padre Nuestro, Ave Maria, y Gloria en nuestra lengua materna. Fue una experiencia única mientras escuchábamos los distintos idiomas, sabiendo que lo que nos unía era más grande de lo que nos dividía. En cada idioma era posible distinguir los nombres de Jesús y de Maria. Nuestra fe común nos había traído a ese lugar para reunirnos en oración.
En la primera lectura de hoy, escuchamos la promesa de nuestro Señor al pueblo de Israel y a los que iban a conocerle a través de su fe. Más que la liberación y restauración del exilio que habían experimentado, este capítulo de Isaias nos lleva al más allá–al Mesías que viene a restaurar al mundo de una manera definitiva y a unir a las naciones como el “signo” enviado por Dios para tocar los corazones endurecidos. Los supervivientes de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús se convirtieron en sus testigos y cumplieron la profecía en Isaias de ir “hasta los países más lejanos y las islas más remotas” (Isaías 66:19).
Los primeros discípulos se dispersaron para ir a llevar la buena nueva de Jesús porque estaban convencidos de que Él era el Hijo de Dios, el esperado Mesias, y el Salvador del mundo. Lo habían experimentado de una manera inesperada pero innegable. Fueron testigos de la gloria de Dios y por eso no podían quedarse sentados–tenían que ir para poder traer a los hermanos de las naciones como “ofrenda al Señor ” (Isaías 66:20).
Esas ofrendas somos tú y yo, hermana. Pensar en todas las personas que tuvieron que pasar este proceso de encuentro con Jesús y después dar testimonio de Él para que yo pueda estar aquí ahora como un discípulo, bautizada y confirmada en esta fe que nos une a todos los cristianos del mundo entero y entre generaciones–es algo especial. El encontrarnos con Jesús como nuestro Dios y Salvador nos cambia–nos tiene que cambiar.
Dejémonos transformar por este amor inesperado pero innegable para ir también como los primeros discípulos, a todas las naciones.
// Rocío Hermes es mamá y ama de casa. Ella nació en la República Dominicana y fue criada en los Estados Unidos. Le apasiona construir comunidad, preparar postres y escribir poesía. Tiene una maestría en Teología y ha vivido como misionera en Etiopía. Después de vivir más de tres años en Alemania, reside ahora en Israel con su esposo alemán y su hijo. Colabora como autora en Blessed Conversations: Dwell. Puedes leer sus reflexiones sobre la vida de fe en graceandmercyblog.com.