“Del charco cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo; puso firmes mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos”. // Salmo 39
Me he mudado varias veces en mi vida y parece que dondequiera que voy, siempre estoy cerca del agua. Durante toda mi infancia, viví a pocas cuadras del río Grand, en el oeste de Michigan. En la secundaria, estudié en Rhode Island, cerca del océano Atlántico. Después de unos años como misionera y de regresar a casa por un tiempo, me mudé al oeste de Kentucky, cerca del río Ohio. Después de casarme, me mudé río arriba, a Cincinnati. Unos hijos después, terminé en mi hogar actual, cerca del río Muskegon. ¡Incluso hay un bonito arroyo a un par de cuadras de mi casa!
¿Qué nos atrae del agua? ¿Es el suave murmullo de un riachuelo al bajar río abajo? ¿Son los remolinos que forman al sortear rocas y troncos caídos bajo la superficie? ¿Es la profundidad y la inmensidad de un gran lago o de un océano lo que nos maravilla? ¿Es el sonido hipnótico que producen las olas al estrellarse contra la orilla? ¿Es el ruido constante de una cascada al caer por un precipicio? ¿O es todo el panorama del agua, el cielo y la flora circundante lo que nos atrae? Quizás sea todo en conjunto.
El agua no sólo es hermosa y refrescante, sino que también es purificadora. Lava la suciedad y el sudor de nuestros cuerpos y la mancha del pecado de nuestras almas. En la segunda lectura dice: “Liberémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. Son las aguas del bautismo que nos libran de ese pecado atador y nos ayudan a perseverar en la carrera. Incluso Jesús, en el Evangelio dice “Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega!”
Nuestros cuerpos eventualmente se marchitarán y se desvanecerán, pero nuestras almas son eternas. ¡Cuán importantes son las aguas purificadoras del bautismo para nuestra felicidad eterna! Incluso tenemos pilas de agua bendita en nuestras iglesias para recordarnos de ello cada vez que entramos.
Hermana, te invito a tomar un momento hoy para reflexionar sobre el sacramento del bautismo, quizás evaluando tu vida interior y dando pasos hacia una unión más pura con Dios.
// Tami Urcia es miembro de una familia católica muy grande. Ella y su esposo peruano tienen cinco hijos pequeños y viven en Michigan. Durante su juventud, Tami pasó unos años como misionera en México y ha trabajado para la Iglesia casi toda su vida en diferentes capacidades. Ha sido traductora por más de 20 años.