LECTURAS DE HOY 

Recuerdo una etapa reciente en mi vida en la que me sentía completamente escondida y profundamente afligida —justo mientras me preparaba para lo que se suponía sería uno de los días más felices de mi vida: el día de mi boda. Siempre soñé con la alegría que rodearía ese momento. Pero en cambio, me encontré buscándola.

El año antes de que mi esposo y yo nos casáramos, su papá falleció, seguido por la muerte de mi tío y de mi mentora. Al mismo tiempo, mi papá perdió la capacidad de caminar y necesitaba una cirugía de reemplazo de rodilla. Tuvo que dejar de trabajar, y perdimos nuestra principal fuente de ingresos en casa. Ni siquiera sabía si podría acompañarme al altar. Me sentía abrumada. Mi ansiedad se disparó. Y lo último que sentía era alegría. Me sentía abandonada por Dios y, sinceramente, un poco culpable por seguir adelante con nuestra boda mientras llevábamos tanto duelo.

Sin embargo, fue en ese silencio, en esa entrega, donde conocí a Jesús de una forma más íntima que nunca antes. No quitó el dolor de inmediato, pero comenzó a transformarme en medio de Él. Y con el tiempo, llegó la alegría —no necesariamente en mis circunstancias, sino en la silenciosa certeza de que Él nunca me había dejado. Él había estado allí todo el tiempo.

Hermana, ¿alguna vez has sentido que el mundo sigue girando alegremente mientras tu corazón duele en silencio? Jesús, en este pasaje tan tierno, habla directamente a esa experiencia. Él está preparando a sus discípulos para el dolor de su Pasión —una tristeza que aún no pueden imaginar— pero también está sembrando semillas de esperanza: “Su tristeza se convertirá en alegría” (Juan 16:20). 

Como mujeres, muchas de nosotras cargamos con dolores silenciosos, ya sea el anhelo de la maternidad, el deseo de compañía, la lucha por la identidad o la cruz de heridas pasadas. Nuestras vidas muchas veces están ocultas en el servicio, en oraciones silenciosas susurradas mientras doblamos ropa o viajamos al trabajo, o en lágrimas que sólo el Señor ve.

Este Evangelio nos recuerda que nuestra tristeza no es el final de la historia. Cristo no evita el sufrimiento— lo atraviesa. Y en Él, el dolor nunca se desperdicia. A veces, la alegría más profunda brota de los lugares menos esperados—nace en el silencio, en las sombras, a través de la fidelidad en los momentos duros y ocultos.

Hoy, ofrece tu dolor al Señor. Déjalo a los pies de la cruz. Pídele que lo transforme en algo fecundo. Siéntate con el Señor e invítalo a ese espacio donde más necesitas esa chispa de gozo. Y no tengas miedo de invitar a Nuestra Señora a caminar contigo. Ella conoce el camino del llanto a la alegría. 

Hermana, hazle esta pregunta simple pero poderosa: ¿Confío en que Jesús puede traer alegría— incluso de esta cruz?

// Paulina Cambron es católica de nacimiento, esposa, hija, hermana, madrina, y consejera universitaria pero su título favorito es el de 'hija amada de Cristo'. Nacida y criada en el área de Greater Palm Springs, su relación personal con Dios floreció a los 18 años, cuando participó en su primer retiro para jóvenes. Desde entonces, ha servido en diferentes ministerios de su parroquia, siendo su favorito el trabajo con la juventud. Actualmente, dirige una comunidad de fe de mujeres llamada Devoted to Proverbs 31, y continúa sirviendo al Señor como misionera en retiros del Programa Misionero del Valle en Coachella, CA, donde hombres y mujeres encuentran un encuentro transformador con Dios. La pasión de Paulina radica en ayudar a los demás y compartir la belleza de su fe católica, así como lo que Dios ha obrado en su vida.....todo mientras disfruta de una taza de té.

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