“Cuando nuestro ser corruptible y mortal se revista de incorruptibilidad e inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido aniquilada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” // I Corintios 15:54-55
En 2017, estaba en la misa de la Solemnidad de la Asunción cuando comencé a sentir los primeros dolores de las contracciones. Era demasiado temprano. Desafortunadamente, mis hijos gemelos nacieron en la madrugada siguiente y ese fue su primer y último día en esta tierra. El largo y complejo camino del duelo comenzó ese día. Tuve la bendición de tener un esposo y una familia que me apoyaron, un terapeuta católico increíble y una maravillosa directora espiritual, pero el camino hacia la sanación no ha sido fácil.
Me dirigí al Señor con tantas preguntas y sentimientos que me superaban, y me pregunté por qué, por obra de la Providencia, sucedió eso ese día. No tendré la respuesta completa en este lado de la eternidad, pero la belleza de esta solemnidad, tan deslumbrantemente clara, es que en Cristo la esperanza triunfa. En este día, toda la Iglesia se detiene a considerar que un ser humano, como nosotras, por la asombrosa bondad de Dios, ha sido llevado en cuerpo y alma al cielo y está experimentando ahora lo que todas esperamos más adelante.
Es más, no se trata de un ser humano cualquiera, una extraña, sino que, por la generosidad de Cristo, es nuestra propia Madre quien vive esta realidad. Todos nuestros seres queridos difuntos en Cristo esperan el juicio final para experimentar sus cuerpos glorificados, pero nuestra Madre María ya lo está experimentando.
Cualquiera que haya estado en el proceso de duelo sabe que es una montaña rusa: puedes estar bien durante días, semanas, años y, de repente, algo puede llevarte al llanto e incluso a la desesperación, pero esta solemnidad es el antídoto, hermanas mías. La muerte no tiene la última palabra; las glorias que nos esperan, en cuerpo y alma, no se comparan con las luchas y dolores de esta vida. Incluso en nuestros días más oscuros, conocemos a alguien, una de las nuestras, nuestra Madre espiritual, que lo ha logrado. A la luz de la eternidad, todo tendrá sentido.
¡Nuestra Señora, Madre de la Esperanza, ruega por nosotras!
// Christy Vaissade creció en Brooklyn, Nueva York, hija de padres inmigrantes de la República Dominicana. Ha sido el deseo personal de Christy traer a otros a conocer la misericordia y el amor de Dios que ha cambiado y está cambiando su vida desde la joven edad de trece años. Christy es maestra de teología de secundaria, catequista, y cantora en su parroquia local. Ella y su esposo, Michael, viven en Nueva Jersey con su cachorro Pembroke Welsh Corgi, Daisy. Le encanta cocinar, ir al gimnasio, y pasar tiempo con sus sobrinos y ahijados.