Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos. // 1 Timoteo 6:12
Era otro domingo por la mañana y traíamos a los cinco hijos con nosotros. El mayor, en su etapa inquisitiva de preadolescente, me hacía preguntas durante toda la misa. Mi hijo tímido me preguntaba una y otra vez si podíamos subir al balcón para que no hubiera tanta gente a su alrededor. Mis dos hijos menores se daban codazos y empujones porque ambos querían sentarse al lado de su mamá. Y mi niña pequeña subiendo y bajando de nuestras piernas, sacando y poniendo himnarios de los soportes y entrando y saliendo del banco.
La mayoría de las veces se siente como un choque de trenes. Un constante arbitraje de los más pequeños para que se queden callados y no molesten a los que nos rodean. Recordándoles constantemente que presten atención y escuchen porque estos son los mejores momentos que vivirán durante toda la semana, algo mucho más grande que los videojuegos o las películas de los Avengers.
Pero de vez en cuando, alguien detrás de nosotros nos hace un cumplido. “¡Qué hermosa familia tienes!” “Tus hijos se portan muy bien”. “Bien hecho por mantener la paz”. o “Son todos tan adorables, lo estás haciendo muy bien”. Y es entonces cuando me doy cuenta una vez más de que las cosas sencillas de la vida significan mucho.
En el Evangelio de hoy, leímos unas palabras sencillas. Jesús iba viajando de un pueblo a otro predicando la Buena Nueva. Lo acompañaban los Doce y unas mujeres quienes proveían por Él y sus discípulos. No habla de grandes milagros, de discusiones complicadas, ni de dramas exagerados. Simplemente que Jesús predicaba y la gente lo seguía. Pero de ese concepto sencillo nació la Iglesia católica. De esas palabras y esos seguidores, tenemos la fe que vivimos hoy día. A causa de esas mujeres que proveyeron por esos discípulos, podemos conocer a Dios de forma profunda en nuestros corazones.
Así que no descartemos las cosas sencillas de la vida. Aprendamos de ellos, asumámoslos y dejémonos ser verdaderamente transformadas por ellos, para que nosotras también podamos ser una de los discípulos de Jesús que difunda la Buena Nueva.
// Tami Urcia es miembro de una familia católica muy grande. Ella y su esposo Peruano tienen cinco hijos pequeños y viven en Michigan. Durante su juventud, Tami pasó unos años como misionera en México y ha trabajado para la Iglesia casi toda su vida en diferentes capacidades. Ha sido traductora por más de 20 años.