Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. // Mateo 13:8
Mi padre cultivaba surco tras surco en la tierra fértil y marrón mientras yo lo seguía, con cuidado de no deshacer su trabajo. Me enseñó a sembrar los surcos con cuidado, que regábamos con una manguera. Pronto serían regados por las lluvias de primavera y verano. Tras una espera que parecía interminable, cosechamos zanahorias, cebollas, tomates, guisantes y, más tarde, maíz y patatas de nuestro huerto familiar.
La manera tan cuidadosa en la que colocó semillas mi padre en un suelo tan cuidadosamente cultivado contrasta con la dispersión de semillas en la parábola de hoy en el cual Jesús mismo es el sembrador y siembra generosamente, sin discriminación.
Lo que marca la diferencia es la condición del suelo. La semilla es buena y germinará dondequiera que caiga. Pero sin un buen suelo, las raíces no pueden llegar profundamente para sostener una planta sana y capaz de producir frutos.
¿Cómo podemos librar a la tierra de nuestros corazones de la dureza, las piedras y las espinas, para que podamos crecer fuertes y dar fruto? ¿Cómo podemos ser buena tierra?
Cada vez que ejercemos la fe, la esperanza y el amor que nos da nuestro bautismo, nuestros corazones se ablandan y nos preparan para recibir la semilla de la Palabra de Dios. Hay un remedio para terreno pedregoso (Pedro 13:4) en la fiel recepción de los sacramentos. Cada misa asistada y cada confesión recibida va eliminando las piedras y va profundizando el buen suelo para que la Palabra de Dios tenga espacio para crecer dentro de nuestros corazones. Las espinas desaparecerán cuando sigamos el consejo de San Pedro para "arrojar todas tus preocupaciones sobre él porque él se preocupa por ti" (1 Pedro 5:7).
Mi querida hermana, resolvamos este día de tomar medidas para ser buena tierra. Oremos juntas:
Oh Jesús, concédeme la gracia de practicar las virtudes que me has dado, para ser fiel para participar en la misa y la confesión, y para darte todas mis preocupaciones. Hazme buena tierra. Amén.
// Lani Bogart era una niña pequeña cuando empezó a amar a Jesús. Casada en 1976, fue recibida en plena comunión con la Iglesia católica con su familia el Domingo de Gaudete de 1996. Viven en Houston, Texas donde su familia le brinda una alegría inexpresable y continúa enseñándole la importancia de conocer y amar a Jesús. Lani se deleita con las flores, la música y las risas de familiares y amigos. Puedes leer más en Lanibogart.blog.