Cuando era pequeña, mi madre me sacaba de la escuela durante el Triduo. Era una tradición que tenía para nuestra familia. No íbamos a la escuela durante el Triduo para poder vivirlo muy presente juntos. Esta tradición comenzó cuando yo tenía 7 años, justo después de mi primera comunión.
No se nos permitía ver la tele, escuchar música, ni jugar. En cambio, ella nos leía las Escrituras, nos animaba a ver una versión para niños de la Pasión, rezaba con nosotros y nos enseñaba todo sobre el misterio pascual de Cristo. Fueron 3 días de formación intencional.
Hay un recuerdo que conservo. De niña, asistíamos a una obra de las estaciones del Vía Crucis. Cuando llegaba el momento de que el pueblo de Dios dijera: «¡Crucifícalo!». No me atrevía a decirlo. Recuerdo que miraba a mi madre y le decía: «¿Por qué decimos esto?» Ella me sonreía y me decía: «Algún día, cuando seas mucho mayor, lo entenderás».
Voy a ser muy sincera, a día de hoy, no me atrevo a participar. Durante el Evangelio del Domingo de Ramos y durante las estaciones vivas de la cruz, no me atrevo a decirlo. La pregunta que surgía en mi corazón de niña era una pregunta más profunda: ¿Soy realmente yo quien le traiciona? ¿Soy capaz de ser yo quien lo envíe a la cruz?
La respuesta es, sí.
La lectura del Evangelio de hoy nos recuerda esta realidad. Como Judas, somos nosotras las que lo miramos fijamente a los ojos y le traicionamos con nuestro pecado, nuestras malas intenciones y nuestra falta de amor.
Y Él, como hace 2000 años, nos devuelve la mirada con dulzura y lo acepta.
Hermana, al comenzar el Triduo, recuerda que nuestra traición, egoísmo y pecado no equivalen a su amor y misericordia por ti.
Porque nosotras en alguna vez fuimos Judas, y él eligió la cruz para nosotras.
La humanidad necesitaba un Salvador. Un Dios bondadoso, misericordioso y poderoso. Una criatura infinita con un amor infinito.
Porque en el momento en que la creación asesinó al Creador, Él creó una nueva forma de amor: su sí en la cruz.
Y la humanidad se detuvo.
// Ashley es estudiante, amiga, hermana y amada de Jesús. Ha sido católica toda su vida pero hizo suya su fe después de experimentar a Cristo en la Eucaristía a los 16 años. Actualmente está en la escuela terminando su licenciatura en Teología en la Universidad Franciscana. ¡Ella ha trabajado en la vida parroquial desde hace 5 años y le encanta servir a los corazones de la gente de Dios! Su misión en la vida es: Ver plenamente un alma y amarla plenamente después. Puedes encontrarla pasando tiempo con sus amigos, leyendo un buen libro, o en la capilla contemplando el corazón eucarístico del Señor.